viernes, 26 de agosto de 2011

Fernando Pérez de Quevedo, el sacrílego de la Virgen (I)


Desde tiempo inmemorial, el ejemplar de pino donde tuvo lugar la supuesta aparición de la Patrona de Gran Canaria, fue objeto de especial veneración por parte los devotos que acudían a Teror. El agua de la fuente milagrosa que se contaba que brotaba de su interior, los frutos y su resina eran codiciadas por sus supuestas propiedades terapéuticas o protectoras ante todo tipo de peligros e infortunios. Asimismo, entre las ramas del portentoso árbol se hallaba el objeto que daba carta de naturaleza y sancionaba el origen maravilloso de la imagen titular. Nos referimos a la «laja» o «piedresica» donde la tradición creyó ver señaladas las plantas o pies de la Nuestra Señora del Pino. Tal era el sentimiento de respeto y fervor que los canarios sentían por esta enigmática piedra, que los pocos que llegaron a trepar al Pino para observarla, nunca osaron «poner sus pies en donde estaban señalados los de Nuestra Señora». Mientras que por su parte, aquellos que nunca pudieron verla de cerca se contentaban con las cintas o «medidas» que eran puestas en contacto con la laja y que luego «besaban y veneraban». Además y para añadir un punto más de misterio a toda esta historia, estas plantas o siluetas de pies se hallaban entre las raíces del último de los tres dragos ―que según reza la tradición― se encontraban justo en el lugar preciso donde se produjo la «aparición» milagrosa.
Sin embargo, en la mañana del lunes 3 de abril de 1684, los terorenses se vieron privados de tan raro prodigio, pues tras la caída del «Santo Pino», la piedra que contenía las plantas de la Virgen desapareció para siempre. Dicho suceso dio lugar a la redacción de la llamada Información de la caída del Pino, compuesta por el párroco de Teror don Juan Rodríguez de Quintana ―a instancias de la autoridad episcopal― al objeto de conocer las circunstancias en las que tuvo lugar tan trágica pérdida. Durante los días que duraron las averiguaciones, la práctica totalidad de los testigos coincidieron en hacer recaer la culpa de la desaparición de la laja en los hermanos Sebastián y Fernando Pérez de Quevedo. Sirva como ejemplo la declaración del oficial de cantero Nicolás Hernández, que señala como tras la caída del Pino, Sebastián y Fernando arrancan y llevan a la casa de este último el mentado drago, entre cuyas raíces se aseguraba que estaba oculta la laja que contenía las plantas de la Virgen. Sin duda, este «sacrilegio» no contó con la aprobación del vecindario y de las autoridades locales, quienes obligaron a los «infractores» a la devolución del drago y de la sagrada laja. Sin embargo, la restitución del mentado drago no supuso la reposición de la laja, sobre cuyo paradero llegaron a circular todo tipo de opiniones. Así, mientras que fray Diego Henríquez aseguraba que la reliquia fue a parar a la parroquia de la Concepción de Campeche (México) donde era «era tenida en decentes vidrieras con la veneración debida», el capitán don Juan Agustín de Bethencourt aseguraba haber oído de boca de su tía, doña María Montesdeoca Suárez, que dicha piedra fue embarcada en el navío de Baltasar de Padilla y que éste su hundió en el mar.

Detalle del último de los tres dragos del Pino Santo de Teror, entre cuyas raíces se aseguraba que estaba escondida la laja que contenía la impronta de los pies de la imagen de la Virgen. Dibujo de Tomás Marín de Cubas (h. 1682). Propiedad: Biblioteca Pública Municipal Central de Santa Cruz de Tenerife. Autor de la fotografía: Fernando Cova del Pino.

Desde entonces, Fernando Pérez de Quevedo ha pasado a la historia de Teror como uno de sus personajes más abyectos y despreciables, un verdadero sacrílego capaz de despojar a los terorenses de una de sus reliquias más preciadas (hoy sería declarado persona non grata). Sirvan como muestra, los adjetivos que le dedicó Miguel Suárez Miranda en su libro El Árbol de la Virgen (1948), donde lo califica de «orgulloso», «vanidoso», «despechado» y «amargado». Precisamente, sobre este polémico personaje pretendemos aportar algunos datos poco conocidos sobre su itinerario vital, que nos podrán ayudar a situar en su contexto las razones que le llevaron a cometer tan «detestable» acto.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

GARCÍA ORTEGA, José: Historia del culto a la venerada imagen de Nuestra Señora del Pino. Patrona de la Diócesis de Canarias. Librería y tipografía católica, Santa Cruz de Tenerife, 1936.


SUÁREZ MIRANDA, Miguel: El Árbol de la Virgen (Pinus canariensis). Ilustre Ayuntamiento de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 1948.

TRUJILLO YÁNEZ, Gustavo: La Virgen del Pino de Teror ¿Una divinidad de los antiguos canarios? Anroart Ediciones S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 2009.

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