Como señalamos en el capítulo anterior, el «robo» del drago y de la laja sagrada cambió para siempre la vida de Sebastián Pérez de Quevedo, pero especialmente la de su hermano Fernando. Miguel Suárez Miranda escribió en 1948 que «Fernando Pérez de Quevedo, señalado por el dicho popular como autor del escandaloso robo de la lápida y objeto, por este motivo, de la general malevolencia, hubo de extrañarse para siempre de su pueblo natal; sus cenizas no reposaron, como la de sus mayores, al suave cobijo de la parroquia nativa, bajo la dulce mirada y junto al calor materno de la Virgen del Pino». Efectivamente, aunque los hermanos Pérez de Quevedo poseían sepultura en propiedad, situada frente al altar de la Magdalena ―recordemos que hasta principios del siglo XIX los enterramientos se efectuaban en el interior de la iglesia parroquial― no consta que fuesen inhumados en ella. Y es que como dijo el citado canónigo Suárez Miranda, Fernando Pérez de Quevedo se vio obligado a abandonar para siempre su pueblo natal. Ante esta evidencia cabe preguntarse lo siguiente ¿Cuál fue el paradero y el último destino de este «lugareño enfatuado»? Y ¿Fue el «robo» de la laja la única razón que llevó a Fernando Pérez de Quevedo a ausentarse de Teror para no regresar jamás? Nos va a permitir el lector que comencemos por la segunda de las cuestiones.
Pues todo parece indicar que no fue el «hurto» de la mentada reliquia la razón última que obligó a Pérez de Quevedo a abandonar Teror, aunque probablemente debió de haber influido de manera importante en su decisión, dado el carácter e importancia que para los devotos de la Virgen del Pino tenía este enigmático objeto. Y es que durante los años que siguieron al «robo» de la mentada laja, consta que sostuvo varios y acalorados pleitos con diferentes personas. En capítulos anteriores tuvimos ocasión de referirnos al litigio que le enfrentó a su tío Diego Ravelo. Pero no fue éste el único. También interpuso varias demandas contra su tío el licenciado Roque Pérez de Quevedo y contra su cuñado, el párroco de Agüimes Mateo Pérez de Villanueva. En relación con su tío Roque Pérez, debemos decir que el enfrentamiento llegó a tal punto, que entre las cláusulas de su testamento, el clérigo ordenó lo siguiente: «Quiero y es mi voluntad y pido a mis albaceas, por si Fernando Pérez de Quevedo o María Suárez, su mujer, apetecieren algo de lo que queda en mi casa, no se les dé ni fiado ni por el dinero [y] no consientan que entren en mi casa». Asimismo, el clérigo se refiere a su sobrino como una persona malvada, pues en varias ocasiones repite la expresión «llevado de su mal natural». Otro ejemplo del delicado estado en el que se encontraba Fernando Pérez, nos lo ofrece la denuncia presentada en 1690 por su esposa, en la que se relatan los «malos tratamientos» que en el lugar de Teror se le hacen a su marido, por haber comprado una hacienda al nombrado Mateo Pérez de Villanueva. Por si fuera poco, un año antes, en 1689, Fernando Pérez de Quevedo fue obligado a sanear con 29.000 reales al licenciado don Luis de Padilla Manrique, abogado de la Real Audiencia, por razón de unos censos impagados, perdiendo muchas de sus propiedades, entre ellas las huertas y tierras del Llano de Quevedo. Ciertamente, los últimos días de Fernando Pérez de Quevedo no fueron nada fáciles para él, ni tampoco para su familia. Agobiado por multitud de pleitos y deudas que le llevaron a perder buena parte de su hacienda y a dar con sus huesos en la cárcel, se vio obligado ―además― a retraerse y buscar amparo temporal en el Convento de San Ildefonso para huir de la justicia, y en última instancia, a abandonar su localidad natal, tal como señaló Miguel Suárez Miranda.
Bahía de Campeche en el siglo XVI. Fray Diego Henríquez aseguró en 1714 que en la parroquia de la Concepción de esta ciudad, se veneraba «en decentes vidrieras» la laja hurtada por Fernando Pérez de Quevedo.
Recordemos ahora la primera pregunta que nos hacíamos al comienzo de estas líneas ¿Cuál fue el paradero y el último destino de este «lugareño enfatuado»? Pues todo parece indicar que fue en alguna de las muchas posesiones que la corona española poseía en el Nuevo Mundo, donde nuestro protagonista pasó sus últimos días. Suponemos que fue así, ya que en 1710, en el testamento de su cuñado Mateo Pérez de Villanueva, se le reclaman a Fernando el pago de ciertas deudas, siempre y cuando que éste «volviere de las Yndias». Sin duda, a la luz de este último dato ―recordemos, si «volviere de las Yndias»― resultan comprensibles aquellas versiones que situaron en el continente americano el paradero de la laja «hurtada» por Pérez de Quevedo (Véase el capítulo I). Y es que la huída hacia América de Fernando dio lugar a la propagación de todo tipo de rumores y habladurías sobre el fin último de la sagrada reliquia, ya que se supondría que el autor del «robo» se la llevó consigo en su viaje sin retorno. No obstante, debemos advertir que a día de hoy se ignora cuál es el paradero de la laja o «piedresica» de la Virgen. De momento, parece que la versión de fray Diego Henríquez, quien aseguraba que la piedra era venerada en la parroquia mexicana de la Concepción de Campeche, tiene todos los visos de ser falsa.
Finalmente y antes de dar por acabado el presente capítulo, cabe plantearse algunas cuestiones ¿Qué razón motivó a Sebastián y a Fernando a cometer tal «tropelía»? En ocasiones anteriores ya vimos que ambos hermanos argumentaron derechos sucesorios basados en su parentesco con los Pérez de Villanueva para justificar su acción; recordemos «aquello había sido de sus padres y abuelos». Pero ¿Por qué unos descendientes de los Pérez de Villanueva se vieron precisados a reafirmar sus supuestos derechos sobre el drago y la laja del Pino Santo? ¿Es que acaso estos derechos y prerrogativas de los Pérez de Villanueva ya se habían perdido y era necesario volver a ponerlos en evidencia? A ambas cuestiones intentaremos dar respuesta en una próxima entrega.
Gustavo A. Trujillo Yánez
PARA SABER MÁS:
SUÁREZ MIRANDA, Miguel: El Árbol de la Virgen (Pinus canariensis). Ilustre Ayuntamiento de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 1948.
Versión digital:
TRUJILLO YÁNEZ, Gustavo: La Virgen del Pino de Teror ¿Una divinidad de los antiguos canarios? Anroart Ediciones S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 2009.
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