Hace algunos meses dedicamos unas breves líneas a los chapines, un tipo de calzado empleado por las féminas de los siglos XVI y XVII. En esta ocasión, haremos lo propio con dos complementos indispensables en el atuendo del sexo masculino, como fueron la espada y la daga. Y como siempre, lo haremos con algunos ejemplos locales, en nuestro caso, con el de los terorenses de los siglos XVII y XVIII que las lucieron con orgullo y gallardía.
Efectivamente, la espada fue empleada por los varones de los tiempos modernos, especialmente para su defensa personal, pero también como signo de hombría. Sebastián de Covarrubias y Orozco, en su Tesoro de la lengua española (1611), nos la define como “la común arma de que se usa, y los hombres la traen de ordinario ceñida, para defensa y para ornato y demostración de que lo son”.
Más corta que la primera, aunque formando pareja con ésta, la daga fue también ampliamente utilizada. De hecho, en los inventarios o testamentos que hemos consultado es frecuente toparnos con la expresión “aderezo de espada y daga”, con la que se hacía referencia al conjunto formado por la guarnición, gancho, contera y boquilla de la vaina en la que se enfundaban.
La espada y la daga, además del valor puramente defensivo, constituyeron un complemento indispensable de la moda masculina. Retrato de caballero con su hijo. Autor: Antón Pizarro (hacia 1600). Madrid. Colección particular
Como hemos indicado, la posesión de ambas armas (además de otras prendas del vestuario) llevaba aparejado un fuerte contenido simbólico, y su uso y exhibición representaba conceptos tan importantes para la época como los de poder, fuerza y virilidad. Se trataba, en suma, de dos complementos indispensables del vestuario masculino, a los que casi ningún hombre (que se preciara de serlo) podía renunciar. Buen ejemplo de ello nos lo ofrece el caso de Mateo Pérez de Villanueva, que en 1710 viendo que su cuñado Fernando Pérez de Quevedo “siendo hombre se hallaba sin espada” le compró una con unos tiros en el comercio de Diego de Matos, previo pago de 60 reales. También fue el caso del terorense Gregorio Rabelo, que en 1648 lega a su hijo Isidro “un aderezo de espada y daga” de su propiedad. O también, el del vecino de Teror (y natural de la isla Terceira, en el archipiélago de las Azores) Francisco Granados, que en 1677 declara haber entregado a sus hijos Cristóbal y Andrés de Ojeda, sendos aderezos de espada y daga, valorados en 40 reales cada uno.
Hasta aquí estas breves notas, con las que pretendemos arrojar algo de más de luz sobre la vestimenta que emplearon nuestros antepasados hace unos 400 años, quienes como nosotros, también fueron dominados por los dictados de la moda.
Gustavo A. Trujillo Yánez
PARA SABER MÁS:
LEGUINA, Enrique: Glosario de voces de armería. Librería de Felipe Rodríguez, Madrid, 1912. http://books.google.es
COVARRUVIAS Y OROZCO, Sebastián: Tesoro de la lengua española. 1611. http://www.cervantesvirtual.com
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