jueves, 15 de septiembre de 2011

Fernando Pérez de Quevedo, el sacrílego de la Virgen (y V)


Los hermanos Pérez de Quevedo declararon poseer derechos sucesorios sobre el drago y la laja de la Virgen, ante el airado y encolerizado vecindario de Teror. No en vano, ambos estaban emparentados con el poderoso e influyente linaje local de los Pérez de Villanueva, familia que ostentaba el patronato de la capilla mayor de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Pino. Pero ¿Por qué unos descendientes de los Pérez de Villanueva se vieron precisados a reafirmar sus supuestos derechos sobre el drago y la laja del Pino Santo? ¿Es que acaso estos derechos y prerrogativas de los Pérez de Villanueva ya se habían perdido y era necesario volver a ponerlos en evidencia?
Pues todo parece indicar que a estas alturas del siglo ―nos referimos al siglo XVII― la preeminencia de los Pérez de Villanueva sobre el culto y advocación de Nuestra Señora del Pino, ya no era la misma que la que gozaron en el siglo XVI. Recordemos como en 1551 el fundador del linaje ―Juan Pérez de Villanueva― afirma estar en posesión de la dignidad de patrón de la capilla mayor del templo terorense, quedando a su cargo la reparación y mantenimiento del recinto sagrado. A cambio, él y sus descendientes gozarían del privilegio de asiento reservado durante la celebración de los oficios religiosos, sepultura familiar en la mentada capilla mayor, y en el caso de las hembras, del aseo y cuidado de las ropas y mantos de la Patrona. Todas estas prerrogativas constituían un reflejo del poderío y autoridad de los Pérez de Villanueva sobre el culto a la imagen titular de la localidad y sobre el resto del vecindario. Este carácter exclusivo quedaba puesto en evidencia por la reja de madera ―«la rexa de la dicha capilla»― referenciada en la visita del obispo Diego Deza en 1558, elemento que ―como señalan Jesús Pérez Morera y Carlos Rodríguez Morales― materializaba el carácter exclusivo de las capillas de patronazgo nobiliario o particular, acentuando la privatización del espacio sagrado del que hacían los poderosos manifestado, por ejemplo, en un restringido derecho de asiento o de sepultura.

 Firma y rúbrica de Diego Pérez de Villanueva.

Sin embargo, el patronato de los Pérez de Villanueva fue puesto en entredicho en varias ocasiones durante los siglos XVI y XVII. Así, el 13 de enero de 1604, el alcalde Serafín de Arencibia, su hermano el capitán Baltasar de Arencibia, y el capitán y mayordomo de la iglesia Juan de Quintana, en nombre del resto de vecinos de Teror, reconocen ante el escribano Sebastián de Saavedra ―tras varios años de pleitos―  el derecho de Diego Pérez de Villanueva y sus sucesores a recibir sepultura en la capilla mayor de la iglesia, así como la posibilidad de poder ubicar sus asientos en el mentado espacio. No obstante, todo parece indicar que la primacía de los Villanueva fue languideciendo de forma paulatina, recayendo sobre otros linajes locales como los Quintana, los Arencibia y los del Toro, los principales cargos y dignidades de la parroquia y del lugar (alcaldes, mayordomos, párrocos…). Por otro lado y aunque la leyenda comenzó a gestarse desde muy antiguo, es en el siglo XVII cuando aparecen las primeras versiones escritas sobre el hallazgo prodigioso de la Virgen del Pino. Como ha señalado el antropólogo Honorio Velasco Maillo «los lugares de hallazgo o aparición de una imagen son convertidos a través de la leyenda en lugares de culto, no pudiendo, si es que lo fueron, ser un territorio restringido individual o familiar, de igual manera que la imagen tampoco lo puede ser». Además otro de los rasgos de toda leyenda de este tipo es la omisión tanto al proceso de construcción de la imagen, como cualquier otra mención sobre sus posibles autores o donantes. Efectivamente, en ninguna de las versiones de los siglos XVII y XVIII sobre la aparición milagrosa de la Virgen del Pino, se menciona a los Pérez de Villanueva. Incluso, en pleno siglo XX autores como José García Ortega y Néstor Álamo Hernández, también han puesto en entredicho y menospreciado el papel de los miembros de este linaje en el culto a la Patrona de Gran Canaria. Y es que la de los Pérez de Villanueva, es una estirpe que no ha sido tratada de forma demasiado condescendiente, pues su condición de patronos de la capilla mayor de la parroquia de Teror resultaba incompatible con la versión oficial, defensora del mito de la aparición milagrosa. Acaso, el episodio de Fernando Pérez de Quevedo y la desaparición de la losa que contenía las huellas de la Virgen se pueda entender mejor en este contexto de progresiva pérdida de control o presencia de la familia Villanueva sobre el culto a la imagen del Pino, cada vez más importante y con mayor arraigo en Gran Canaria, en detrimento del resto de la población y de las autoridades civiles y religiosas. Ante tales evidencias cabe preguntarse ¿Fue realmente Fernando Pérez de Quevedo un ladrón o un sacrílego, o por el contrario actuó de forma legítima? Nosotros nos inclinamos más por lo segundo, aunque sólo se trata de una apreciación personal. Sin duda, aún queda mucho por averiguar sobre la interesante biografía de este personaje. Por nuestra parte, esperamos haber arrojado algo más de luz sobre un tema que se nos antoja fascinante.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

VELASCO MAILLO, Honorio: «Las leyendas de hallazgos y de apariciones de imágenes. Un replanteamiento de la religiosidad popular como religiosidad local». C. Álvarez Santaló, M. J. Buxó y S. Rodríguez Becerra (coords.), La Religiosidad popular. La imaginación religiosa. Anthropos, Barcelona, t. II, 1989, pp. 401-410.

PÉREZ MORERA, Jesús y RODRÍGUEZ MORALES, Carlos: Arte en Canarias: del gótico al manierismo. Colección Historia Cultural del Arte en Canarias, t. II. Gobierno de Canarias, Islas Canarias, 2008.
Versión digital: http://www.gobiernodecanarias.org/cultura/pdf/hcartecantomo2.pdf

SUÁREZ MIRANDA, Miguel: El Árbol de la Virgen (Pinus canariensis). Ilustre Ayuntamiento de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 1948.
Versión digital: http://mdc.ulpgc.es/cdm4/item_viewer.php?CISOROOT=/MDC&CISOPTR=40475&CISOBOX=1&REC=7 

TRUJILLO YÁNEZ, Gustavo: La Virgen del Pino de Teror ¿Una divinidad de los antiguos canarios? Anroart Ediciones S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 2009.

martes, 6 de septiembre de 2011

Fernando Pérez de Quevedo, el sacrílego de la Virgen (IV)


Como señalamos en el capítulo anterior, el «robo» del drago y de la laja sagrada cambió para siempre la vida de Sebastián Pérez de Quevedo, pero especialmente la de su hermano Fernando. Miguel Suárez Miranda escribió en 1948 que «Fernando Pérez de Quevedo, señalado por el dicho popular como autor del escandaloso robo de la lápida y objeto, por este motivo, de la general malevolencia, hubo de extrañarse para siempre de su pueblo natal; sus cenizas no reposaron, como la de sus mayores, al suave cobijo de la parroquia nativa, bajo la dulce mirada y junto al calor materno de la Virgen del Pino». Efectivamente, aunque los hermanos Pérez de Quevedo poseían sepultura en propiedad, situada frente al altar de la Magdalena ―recordemos que hasta principios del siglo XIX los enterramientos se efectuaban en el interior de la iglesia parroquial― no consta que fuesen inhumados en ella. Y es que como dijo el citado canónigo Suárez Miranda, Fernando Pérez de Quevedo se vio obligado a abandonar para siempre su pueblo natal. Ante esta evidencia cabe preguntarse lo siguiente ¿Cuál fue el paradero y el último destino de este «lugareño enfatuado»?  Y ¿Fue el «robo» de la laja la única razón que llevó a Fernando Pérez de Quevedo a ausentarse de Teror para no regresar jamás? Nos va a permitir el lector que comencemos por la segunda de las cuestiones.
Pues todo parece indicar que no fue el «hurto» de la mentada reliquia la razón última que obligó a Pérez de Quevedo a abandonar Teror, aunque probablemente debió de haber influido de manera importante en su decisión, dado el carácter e importancia que para los devotos de la Virgen del Pino tenía este enigmático objeto. Y es que durante los años que siguieron al «robo» de la mentada laja, consta que sostuvo varios y acalorados pleitos con diferentes personas. En capítulos anteriores tuvimos ocasión de referirnos al litigio que le enfrentó a su tío Diego Ravelo. Pero no fue éste el único. También interpuso varias demandas contra su tío el licenciado Roque Pérez de Quevedo y contra su cuñado, el párroco de Agüimes Mateo Pérez de Villanueva. En relación con su tío Roque Pérez, debemos decir que el enfrentamiento llegó a tal punto, que entre las cláusulas de su testamento, el clérigo ordenó lo siguiente: «Quiero y es mi voluntad y pido a mis albaceas, por si Fernando Pérez de Quevedo o María Suárez, su mujer, apetecieren algo de lo que queda en mi casa, no se les dé ni fiado ni por el dinero [y] no consientan que entren en mi casa». Asimismo, el clérigo se refiere a su sobrino como una persona malvada, pues en varias ocasiones repite la expresión «llevado de su mal natural». Otro ejemplo del delicado estado en el que se encontraba Fernando Pérez, nos lo ofrece la denuncia presentada en 1690 por su esposa, en la que se relatan los «malos tratamientos» que en el lugar de Teror se le hacen a su marido, por haber comprado una hacienda al nombrado Mateo Pérez de Villanueva. Por si fuera poco, un año antes, en 1689, Fernando Pérez de Quevedo fue obligado a sanear con 29.000 reales al licenciado don Luis de Padilla Manrique, abogado de la Real Audiencia, por razón de unos censos impagados, perdiendo muchas de sus propiedades, entre ellas las huertas y tierras del Llano de Quevedo. Ciertamente, los últimos días de Fernando Pérez de Quevedo no fueron nada fáciles para él, ni tampoco para su familia. Agobiado por multitud de pleitos y deudas que le llevaron a perder buena parte de su hacienda y a dar con sus huesos en la cárcel, se vio obligado ―además― a retraerse y buscar amparo temporal en el Convento de San Ildefonso para huir de la justicia, y en última instancia, a abandonar su localidad natal, tal como señaló Miguel Suárez Miranda.

Bahía de Campeche en el siglo XVI. Fray Diego Henríquez aseguró en 1714 que en la parroquia de la Concepción de esta ciudad, se veneraba «en decentes vidrieras» la laja hurtada por Fernando Pérez de Quevedo.

Recordemos ahora la primera pregunta que nos hacíamos al comienzo de estas líneas ¿Cuál fue el paradero y el último destino de este «lugareño enfatuado»? Pues todo parece indicar que fue en alguna de las muchas posesiones que la corona española poseía en el Nuevo Mundo, donde nuestro protagonista pasó sus últimos días. Suponemos que fue así, ya que en 1710, en el testamento de su cuñado Mateo Pérez de Villanueva, se le reclaman a Fernando el pago de ciertas deudas, siempre y cuando que éste «volviere de las Yndias». Sin duda, a la luz de este último dato ―recordemos, si «volviere de las Yndias»― resultan comprensibles aquellas versiones que situaron en el continente americano el paradero de la laja «hurtada» por Pérez de Quevedo (Véase el capítulo I). Y es que la huída hacia América de Fernando dio lugar a la propagación de todo tipo de rumores y habladurías sobre el fin último de la sagrada reliquia, ya que se supondría que el autor del «robo» se la llevó consigo en su viaje sin retorno. No obstante, debemos advertir que a día de hoy se ignora cuál es el paradero de la laja o «piedresica» de la Virgen. De momento, parece que la versión de fray Diego Henríquez, quien aseguraba que la piedra era venerada en la parroquia mexicana de la Concepción de Campeche, tiene todos los visos de ser falsa.
Finalmente y antes de dar por acabado el presente capítulo, cabe plantearse algunas cuestiones ¿Qué razón motivó a Sebastián y a Fernando a cometer tal «tropelía»? En ocasiones anteriores ya vimos que ambos hermanos argumentaron derechos sucesorios basados en su parentesco con los Pérez de Villanueva para justificar su acción; recordemos «aquello había sido de sus padres y abuelos». Pero ¿Por qué unos descendientes de los Pérez de Villanueva se vieron precisados a reafirmar sus supuestos derechos sobre el drago y la laja del Pino Santo? ¿Es que acaso estos derechos y prerrogativas de los Pérez de Villanueva ya se habían perdido y era necesario volver a ponerlos en evidencia? A ambas cuestiones intentaremos dar respuesta en una próxima entrega.

Gustavo A. Trujillo Yánez

PARA SABER MÁS:

SUÁREZ MIRANDA, Miguel: El Árbol de la Virgen (Pinus canariensis). Ilustre Ayuntamiento de Teror, Las Palmas de Gran Canaria, 1948.
Versión digital:

TRUJILLO YÁNEZ, Gustavo: La Virgen del Pino de Teror ¿Una divinidad de los antiguos canarios? Anroart Ediciones S.L., Las Palmas de Gran Canaria, 2009.