"Es conocida como la Virgen del Pino, nombre que ha llegado a
ser tan popular en la isla de tal manera que muchas jóvenes llevan este
apelativo cristiano"
Elizabeth Murray, Recuerdos
de Gran Canaria y Tenerife (1859)
Tal como se ha encargado de señalar Vicente Suárez Grimón en su libro Las bajadas de la imagen de Nuestra Señora del Pino a Las Palmas, 1607-1815 (2007), tradicionalmente se ha tendido a analizar la historia de la devoción a la Virgen del Pino desde un punto de vista teleológico, es decir, contemplando su pasado en función de lo que ha sucedido después, llegando a la conclusión de que ‹‹como la devoción y culto a la imagen del Pino es el que es, lo lógico es pensar que siempre ha sido así››.
Otro tanto podría decirse con
respecto a la costumbre aún vigente de añadir el apelativo ‹‹del Pino››, en
homenaje a la Patrona de la Diócesis de Canarias, a los niños y niñas que a lo
largo de los siglos se han bautizado en la Parroquia de Teror. Sin embargo, a
pesar de lo popular y frecuente que resulta el empleo de este apelativo
cristiano en nuestro municipio, su uso en otros tiempos no estuvo tan
generalizado como cabría esperar. Tanto es así, que la primera persona que figura en el primer
libro de bautismos (documento que se inicia en el año 1605) con el nombre de
‹‹María del Pino›› no se registra hasta el 29 de marzo de 1673, tratándose en
este caso de una esclava adulta de raza negra recién traída desde el continente
africano, tal y como reza en la partida de bautismo que a continuación reproducimos
y trascribimos:
«En el lugar de Teror veinte y
nuebe de marzo de mil seis sientos y setenta y tres años, yo Luis Fernández de
Vega, Cura deste dicho lugar, batisé puse óleo y chrisma a María del Pino,
negra bosal, esclaba de doña María Pestana, abiéndola antes catequisado y
instruido en la fe y dotrina christiana, fue su padrino el lisensiado don Blas
Rodrígues, clérigo de menores órdenes y por berdá lo firmé. Luis Fernández de
Vega»
Por su parte, la imposición de este sobrenombre a una recién nacida no se produjo hasta el 17 de septiembre de 1679, mientras que el primer niño en recibir tal apelativo fue Juan del Pino, bautizado el 11 de septiembre de 1703:
Por su parte, la imposición de este sobrenombre a una recién nacida no se produjo hasta el 17 de septiembre de 1679, mientras que el primer niño en recibir tal apelativo fue Juan del Pino, bautizado el 11 de septiembre de 1703:
«En
el lugar de Teror, en onse días del mes de septiembre de mill y setecientos y
tres años, yo el Bachiller Juan Rodríguez de Quintana, cura deste lugar,
baptisé y puse óleo y crisma a Juan del Pino, hijo legítimo de Juan Mateo y de
Lusía Gutiérrez. Fue su padrino Xristóbal Hernández, hermano de la madre del
bautisado, y se le advirtió el parentesco spiritual. Son todos vesinos deste
lugar, doy fe. El dicho Jhoan Rodríguez de Quintana»
Estos dos casos, el de la esclava y el de la niña, constituyen los dos únicos ejemplos constatados durante el siglo XVII. Los primeros 29 años del siglo XVIII siguen la misma pauta, pues serán sólo 3 los niños bautizados de esta manera: María del Pino (18 de agosto de 1707) hija de Lucía, esclava del Capitán don Juan de Quintana y Montesdeoca, y de padre desconocido; el ejemplo ya visto de Juan del Pino (11 de septiembre de 1703) y María del Pino, bautizada el 8 de agosto de 1723. Ya en 1730 son 3 los casos: Francisca del Pino (30 de julio de 1730), Francisca del Pino (14 de septiembre de 1730) y Josefa del Pino (15 de octubre de 1730). A partir de esa fecha, el promedio de niños y niñas a los que se les añade este sobrenombre apenas crece, oscilando entre 1 (1731, 1733, 1739 y 1741) y 4 individuos por año (1744 y 1749), no hallándose ningún sujeto durante 1732, 1734, 1735, 1742, 1746 y 1750. Por lo tanto y como podemos observar, hasta la primera mitad del siglo XVIII el uso del apelativo ‹‹del Pino›› puede calificarse como de poco común o frecuente, por no decir excepcional, llegando a constituir en el mejor de los casos sólo un 4% del total de los nombres registrados. Esta situación permanecerá invariable durante los años 1751 a 1759. Sin embargo, a partir 1760 comenzamos a observar un cambio significativo en la cantidad de párvulos a los que se les añade el sobrenombre ‹‹del Pino››. En 1760 y 1761 el aumento es bastante moderado pues el número de recién nacidos a los que se les impone este apelativo asciende a 7 y 8 respectivamente. Ya en 1762 registramos 13 ejemplos, 20 en 1763, y 12 en 1764. En 1765 la cantidad se eleva a 36, en 1766 a 28, convirtiéndose 1767 en el año de mayor crecimiento en el número de casos, pues ya fueron 59 los niños registrados, llegando a constituir el 47,5% de los nombres observados.
Estos dos casos, el de la esclava y el de la niña, constituyen los dos únicos ejemplos constatados durante el siglo XVII. Los primeros 29 años del siglo XVIII siguen la misma pauta, pues serán sólo 3 los niños bautizados de esta manera: María del Pino (18 de agosto de 1707) hija de Lucía, esclava del Capitán don Juan de Quintana y Montesdeoca, y de padre desconocido; el ejemplo ya visto de Juan del Pino (11 de septiembre de 1703) y María del Pino, bautizada el 8 de agosto de 1723. Ya en 1730 son 3 los casos: Francisca del Pino (30 de julio de 1730), Francisca del Pino (14 de septiembre de 1730) y Josefa del Pino (15 de octubre de 1730). A partir de esa fecha, el promedio de niños y niñas a los que se les añade este sobrenombre apenas crece, oscilando entre 1 (1731, 1733, 1739 y 1741) y 4 individuos por año (1744 y 1749), no hallándose ningún sujeto durante 1732, 1734, 1735, 1742, 1746 y 1750. Por lo tanto y como podemos observar, hasta la primera mitad del siglo XVIII el uso del apelativo ‹‹del Pino›› puede calificarse como de poco común o frecuente, por no decir excepcional, llegando a constituir en el mejor de los casos sólo un 4% del total de los nombres registrados. Esta situación permanecerá invariable durante los años 1751 a 1759. Sin embargo, a partir 1760 comenzamos a observar un cambio significativo en la cantidad de párvulos a los que se les añade el sobrenombre ‹‹del Pino››. En 1760 y 1761 el aumento es bastante moderado pues el número de recién nacidos a los que se les impone este apelativo asciende a 7 y 8 respectivamente. Ya en 1762 registramos 13 ejemplos, 20 en 1763, y 12 en 1764. En 1765 la cantidad se eleva a 36, en 1766 a 28, convirtiéndose 1767 en el año de mayor crecimiento en el número de casos, pues ya fueron 59 los niños registrados, llegando a constituir el 47,5% de los nombres observados.
En alguno de estos bautizos
participaron personajes destacados en la construcción del actual templo. Así,
el 6 de agosto de 1766 fue bautizado el niño Salvador Antonio Estanislao Mª del
Pino, por el Tesorero de la Catedral de Santa Ana y Mayordomo principal de la
parroquia durante los años 1760 a 1766, don Estanislao de Lugo y Viña, mientras
que su padrino fue el Coronel don Antonio de la Rocha, arquitecto y director de
las obras del templo. En este caso se trató del primer infante que recibió las
aguas bautismales en el recién estrenado baptisterio de la actual iglesia. En
otras ocasiones, se escogieron fechas tan señaladas como el regreso de la
imagen de Ntra. Sra. del Pino desde la capital. De esta manera, el 8 de abril
de 1764 fue bautizada la niña Mª Micaela del Pino, la cual, según anotación del
párroco don Lázaro Marrero y Montesdeoca:
«Arrojaron
por la noche entre la mucha gente que ocurrió en la venida de Nuestra Señora
del Pino, que avían llevado a la ciudad en rogativa, sobre unas piedras (…) la
qual niña al parecer tenía dos días, y la remití a los venerables curas del
Sagrario»
No fue ésta la única criatura a la que, a pesar de lo poco dudoso y honorable de su origen, se le impuso este apelativo, pues a los ejemplos ya vistos de las 2 esclavas y de la niña expósita, se une el caso de Silvestre del Pino, hijo de la terorense Ángela Traviesa y de padre no conocido, bautizado el 31 de diciembre de 1767. Finalmente y como nota curiosa, el 17 de febrero de 1782 pasaron por la pila las hermanas gemelas, Antonia del Pino y María del Pino.
No fue ésta la única criatura a la que, a pesar de lo poco dudoso y honorable de su origen, se le impuso este apelativo, pues a los ejemplos ya vistos de las 2 esclavas y de la niña expósita, se une el caso de Silvestre del Pino, hijo de la terorense Ángela Traviesa y de padre no conocido, bautizado el 31 de diciembre de 1767. Finalmente y como nota curiosa, el 17 de febrero de 1782 pasaron por la pila las hermanas gemelas, Antonia del Pino y María del Pino.
Sin duda, el contexto histórico en el que se
produce este aumento espectacular en el empleo de este sobrenombre mariano,
viene marcado por el auge que adquirió la devoción y culto a la imagen del Pino
a lo largo del Setecientos, y coincide cronológicamente en el tiempo con
acontecimientos tales como el inicio de las obras de construcción y posterior
inauguración de la actual Basílica (1760-1767), las bajadas de la imagen a Las
Palmas durante los años 1762 y 1764, o la concesión por parte del Rey Carlos
III de 126 fanegas de tierra en la Montaña de Doramas y Barranco del Rapador,
el 19 de noviembre de 1767. Con todo, esta ‹‹fiebre›› por imponer al nombre de
los niños el apelativo ‹‹del Pino›› no surgió de forma espontánea, antes al
contrario, el uso cada vez más generalizado de este sobrenombre se debe al
interés mostrado por el prelado don Francisco Delgado y Venegas, el cual:
«Se lastimaba de
ver que todas las niñas que confirmaba y les avían puesto en su bautismo el
nombre de María, no fuera con el epíteto del Pino, como más de una vez lo
manifestó. Y se extendió este reverente sentimiento en el lugar, de manera que
hasta a los hombres se lo añaden al nombre que eligen quando los bautizan desde
que percibieron esta noticia»
A partir de 1768 y hasta 1782, la cantidad de párvulos a los que se les impone el sobrenombre aludido, oscila entre los 18 registrados en 1781 y los 59 constatados en 1768. Desconocemos la posterior evolución del apelativo ‹‹del Pino›› en los años finales del siglo XVIII y durante los siglos XIX y XX. Por el momento, contamos con el dato que nos aporta la viajera británica Elizabeth Murray en su libro Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859) en el que podemos comprobar como éste llegó a popularizarse no sólo en Teror sino en el resto de Gran Canaria ‹‹de tal manera que muchas jóvenes llevan este apelativo cristiano››. De todas maneras, si algo queda claro fue el predominio del sobrenombre ‹‹del Pino›› con respecto al empleo de los relativos a otras advocaciones marianas radicadas en la Parroquia de Teror, como fueron los casos de la Ntra. Sra. de Candelaria, del Rosario y de la Encarnación –cuyas imágenes se veneraban en la Parroquia de Teror– o el de Nuestra Señora de las Nieves, cuya ermita se encuentra en el lugar conocido como La Peña, en el barrio de El Palmar, desde el siglo XVI.
A partir de 1768 y hasta 1782, la cantidad de párvulos a los que se les impone el sobrenombre aludido, oscila entre los 18 registrados en 1781 y los 59 constatados en 1768. Desconocemos la posterior evolución del apelativo ‹‹del Pino›› en los años finales del siglo XVIII y durante los siglos XIX y XX. Por el momento, contamos con el dato que nos aporta la viajera británica Elizabeth Murray en su libro Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859) en el que podemos comprobar como éste llegó a popularizarse no sólo en Teror sino en el resto de Gran Canaria ‹‹de tal manera que muchas jóvenes llevan este apelativo cristiano››. De todas maneras, si algo queda claro fue el predominio del sobrenombre ‹‹del Pino›› con respecto al empleo de los relativos a otras advocaciones marianas radicadas en la Parroquia de Teror, como fueron los casos de la Ntra. Sra. de Candelaria, del Rosario y de la Encarnación –cuyas imágenes se veneraban en la Parroquia de Teror– o el de Nuestra Señora de las Nieves, cuya ermita se encuentra en el lugar conocido como La Peña, en el barrio de El Palmar, desde el siglo XVI.